Los niños representan el futuro, de modo que su bienestar y crecimiento saludable deben situarse en lo alto de las agendas de desarrollo de todas las sociedades. Sin embargo, un reciente informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y publicado en Lancet alerta sobre el futuro que les espera a los más jóvenes (1). En concreto el informe revela que la salud y, por tanto, el futuro de los niños y adolescentes del mundo se encuentra en peligro principalmente a causa de una mala calidad ambiental (debido al aumento de la temperatura del planeta y a la falta de recursos energéticos y de agua) y del incremento de la obesidad infantil. Este último punto, que se ha convertido ya en una pandemia mundial, según el informe de la OMS va ligado a un factor determinante: la sobreexposición a publicidad nociva. Si atendemos a los datos reportados por el informe, es preocupante pensar que en algunos países los niños llegan a ver cada año entre 13.000 y 30.000 anuncios solo en la televisión. Estos datos pueden llegar a multiplicarse si contamos los que ven a través de redes sociales como Instagram o Tik Tok. Esta publicidad, ligada principalmente a la comida basura, al alcohol, al tabaco y a las bebidas azucaradas, empuja a los niños a consumir este tipo de productos, traduciéndose en un aumento de las cifras de obesidad infantil. De hecho, el propio informe señala que, en los últimos 40 años, el número de niños y adolescentes con obesidad se ha multiplicado por diez.
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Estos datos tienen unas consecuencias gravísimas para la salud. Es por ello que la OMS califica este rápido incremento de la obesidad infantil como ‘uno de los retos de salud pública más graves del siglo XXI’. Y aunque a menudo pensamos que la obesidad es solo problemática en la edad adulta, nada más lejos de la realidad. Los efectos deletéreos del sobrepeso y la obesidad infantil quedaron confirmados en un estudio publicado en The New England Journal of Medicine, la segunda revista científica más prestigiosa en el ámbito médico (2). El análisis de los datos de más de 6.300 participantes a los que se les midió el índice de masa corporal (IMC) en la infancia y en edad adulta – con un seguimiento medio de 23 años –, concluyó que el sobrepeso y la obesidad en esa primera etapa de la vida contribuyen al desarrollo de numerosas enfermedades cardiometabólicas. En comparación con las personas que tenían un IMC normal a lo largo de todo el seguimiento, aquellas con un IMC elevado desde la infancia hasta la edad adulta tenían un mayor riesgo de diabetes tipo 2, hipertensión arterial, dislipidemia y aterosclerosis carotidea. Por ejemplo, en aquellas personas con obesidad durante la niñez y la adultez el riesgo de tener diabetes tipo II o hipertensión se multiplicó por 5 y por 3, respectivamente, en comparación con aquellas con normopeso (Figura 1). Interesantemente, los datos también mostraron que las personas con sobrepeso u obesidad en la infancia, pero que dejaron de tenerla al llegar a la adultez, tenían un perfil de riesgo cardiovascular similar al de las personas que nunca habían tenido obesidad. Esto evidencia un aspecto clave para los sistemas sanitarios y es que, si la obesidad infantil se trata con éxito, el riesgo cardiovascular puede reducirse notablemente.
Los eventos cardíacos se podrían predecir desde la infancia
Al hilo del vínculo entre los factores de riesgo cardiovascular durante la infancia y el desarrollo de enfermedad cardiovascular en edad adulta, se ha publicado recientemente otro muy interesante trabajo en The New England Journal of Medicine (3). Es sabido que los factores de riesgo cardiovascular en los adultos conducen a eventos cardíacos y otras enfermedades cardiovasculares. El nuevo estudio ha encontrado, por primera vez, que cinco factores de riesgo presentes en la infancia – IMC, presión arterial, colesterol, triglicéridos y tabaco –, individual o conjuntamente, están clínicamente relacionados con la aparición de enfermedades cardiovasculares a partir de los 40 años de edad (Figura 2). Así, por ejemplo, en algunos casos el riesgo de tener enfermedad cardiovascular fue nueve veces mayor en los adultos que tenían más factores de riesgo durante los primeros años de vida. Y de forma similar a lo que ocurría en el anterior estudio (2), Jacobs y cols. mostraron que si, por ejemplo, se dejaba de fumar o se pasaba de tener obesidad a tener un IMC normal entre la niñez y la edad adulta, el riesgo de padecer enfermedad cardiovascular durante la edad adulta se reducía (3). La investigación involucró a más de 38.000 participantes, a quienes se siguió durante la infancia y la adolescencia y posteriormente durante un período medio de 35 años. En resumen, este nuevo trabajo demuestra que los niños con un IMC y una presión arterial elevadas, un perfil lipídico alterado y que comienzan a fumar, probablemente tengan un mayor riesgo de sufrir un evento cardíaco a lo largo de sus años como adulto.
Conclusiones
Como comentábamos en un artículo anterior, ningún tratamiento podrá salvar tantas vidas como buenas estrategias de prevención. Y en este caso es irrefutable que la prevención de la enfermedad cardiovascular debe comenzar desde los primeros años de vida. Si bien es cierto que empezar a llevar un estilo de vida saludable durante la edad adulta – como mejorar la dieta, dejar de fumar y de beber alcohol o ser más activo – puede atenuar los efectos nocivos producidos por la presencia de factores de riesgo en la infancia, garantizar que los niños y adolescentes puedan desarrollar y mantener hábitos saludables en esas primeras etapas de la vida probablemente evitará daños mayores a largo plazo.
Referencias:
1. Clark H, Coll-Seck AM, Banerjee A, Peterson S, Dalglish SL, Ameratunga S, et al. A future for the world’s children? A WHO-UNICEF-Lancet Commission. Lancet. 2020;395(10224):605–58.
2. Juonala M, Magnussen CG, Berenson GS, Venn A, Burns TL, Sabin MA, et al. Childhood adiposity, adult adiposity, and cardiovascular risk factors. N Engl J Med. 2011;365(20):1876–85.
3. Jacobs DR, Woo JG, Sinaiko AR, Daniels SR, Ikonen J, Juonala M, et al. Childhood Cardiovascular Risk Factors and Adult Cardiovascular Events. N Engl J Med. 2022;386(20):1877–88.