En esta revisión publicada en la Canadian Medical Association Journal (Warburton et al., 2006), se pone de manifiesto la irrefutable evidencia de la eficacia de la actividad física regular en la prevención tanto primaria como secundaria de varias enfermedades crónicas (por ejemplo, enfermedad cardiovascular, diabetes, cáncer, hipertensión, obesidad, depresión y osteoporosis) y de muerte prematura (Figura 1).
Figura 1. Riesgo relativo de muerte por cualquier causa entre sujetos con diversos factores de riesgo (por ejemplo, antecedentes de hipertensión arterial, enfermedad pulmonar obstructiva crónica [COPD], diabetes, tabaquismo, índice de masa corporal elevado [BMI ≥ 30] y alto nivel de colesterol total [TC ≥ 5,70 mmol/L]), en función de una capacidad de ejercicio de menos de 5 METs o entre 5-8 METs, en comparación con aquellos cuya capacidad de ejercicio fue de más de 8 METs (adaptado de Myers et al., 2002).
En este sentido, estar en forma o ser físicamente activo/a se ha asociado con una reducción superior al 50% del riesgo de enfermedad cardiovascular y de mortalidad por cualquier causa. Además, un aumento en el gasto energético por actividad física de 1000 kcal/semana o un incremento de la condición física en 1 MET (equivalente metabólico) se asoció con un beneficio respecto a mortalidad prematura de aproximadamente un 20% (Myers et al., 2004).
Por otra parte, mujeres de mediana edad físicamente inactivas (que realizaron menos de 1 hora de ejercicio a la semana) obtuvieron un 52% más de probabilidad de mortalidad por cualquier causa, duplicándose este valor para aquella relacionada con enfermedad cardiovascular, así como un aumento del 29% de mortalidad secundaria al cáncer en comparación con las mujeres que se movían (Hu et al., 2004).
Incluso aquellos que realizan actividad física, pero tienen factores de riesgo cardiovasculares, pueden tener un riesgo menor de muerte prematura que las personas que no tienen factores de riesgo para enfermedad cardiovascular, pero que, sin embargo, mantienen una vida sedentaria (Blair et al., 1996).
Asimismo, los beneficios de la actividad física se pueden extrapolar a pacientes con enfermedad cardiovascular ya establecida (Wannamethee et al., 2000). Esto es importante porque, durante mucho tiempo, a los pacientes con este tipo de patología se les recomendaba reposo e inactividad física.
Referencias:
Warburton, D. E., Nicol, C. W., & Bredin, S. S. (2006). Health benefits of physical activity: the evidence. Canadian Medical Association Journal, 174 (6), 801-809.