Durante nuestras vidas, son múltiples los factores biológicos, psicológicos y sociales que pueden promover o alterar nuestra salud mental. La salud mental se define como un estado de bienestar mental que nos permite lidiar con los diferentes estresores de la vida, darnos cuenta de nuestras múltiples habilidades, aprender y trabajar bien, así como contribuir con nuestras actividades a la comunidad. Es por ello por lo que la salud mental se concibe como un pilar fundamental de la salud que sustenta nuestras capacidades individuales y colectivas para tomar decisiones, construir relaciones sociales y dar forma a la sociedad en la que vivimos. Tal y como expone la Organización Mundial de la Salud, la salud mental es más que la mera ausencia de trastornos mentales. Más bien, la salud mental existe en un amplio y complejo espectro de situaciones en el que las personas nos ubicamos de forma diferente entre nosotras y, por esta razón, se pueden observar en la población efectos sociales y clínicos extremadamente diversos frente a estresores similares (1).
Por otra parte, presentar una baja salud mental no equivale a padecer un trastorno mental, pues en estas frecuentes situaciones no se cumplen patrones diagnósticos concretos. A diferencia de lo que acontece durante los trastornos mentales, en algunos escenarios en los que la salud mental se ve deteriorada puede no originarse necesariamente un distrés o disfunción significativa en el organismo, por lo que la baja salud mental suele pasar más desapercibida que los trastornos mentales (2). El aislamiento social y la restricción o cancelación de decenas de actividades cotidianas asociadas a la pandemia por COVID-19 ha supuesto la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo, trayectorias académicas o laborales y, en definitiva, ha provocado un incremento en la ansiedad y la sensación de incertidumbre, algo que ha afectado y afecta profundamente a la salud mental de la población mundial, tal y como detallaremos posteriormente (3,4).
Puesto que el concepto de salud mental no es estático, sino dinámico, existen diferentes factores internos y externos sobre los que los seres humanos podemos actuar en favor de preservar y cuidar este preciado derecho humano, como es la actividad y el ejercicio físico (5,6).
Debido al potencial que presenta el ejercicio físico como herramienta preventiva en condiciones de baja salud mental, y terapéutica ante diferentes trastornos mentales como la depresión mayor, el trastorno de ansiedad generalizada o los trastornos de la conducta alimentaria, el primer objetivo de este artículo es describir de forma general los beneficios a nivel psicológico que confiere la práctica de ejercicio físico, así como los potenciales mecanismos fisiológicos que explican estos hallazgos. A continuación, abordaremos el impacto del deporte de competición en la salud mental de los atletas de élite, y finalmente, describiremos cómo ha impactado el confinamiento por la pandemia mundial de COVID-19 en la salud mental de los deportistas, analizando si la actividad o el ejercicio físico han sido factores protectores a nivel psicológico durante este periodo de tiempo.
Relación entre la salud mental y el ejercicio físico
La actividad y el ejercicio físico se han convertido en intervenciones universalmente aceptadas para promover la salud mental y el bienestar, y prevenir los trastornos mentales como la depresión, el trastorno de ansiedad generalizada o los trastornos de la conducta alimentaria (7). Existe evidencia robusta de que las intervenciones de ejercicio físico reducen los signos y síntomas de la depresión y la ansiedad (8,9). Estos efectos positivos podrían explicarse a través de múltiples mecanismos neurobiológicos, psicosociales y conductuales que pueden solaparse y generar efectos aditivos entre sí (10–12).
A modo ilustrativo, el ejercicio físico puede mejorar la salud mental a través de modificaciones en la estructura y función cerebral, como cambios en la irrigación sanguínea del cerebro o en la respuesta a nivel local frente a hormonas como el cortisol (13). Además, el ejercicio físico puede aumentar la autoeficacia y la autoestima (14), así como también el número y calidad de conexiones sociales, lo que produce de forma global mejoras en la salud mental (12). Curiosamente, el ejercicio físico también ha demostrado producir cambios positivos en la conducta y la higiene del sueño, aumentando la cantidad y la calidad del mismo, lo cual facilita un mejor manejo del estrés durante el día e incrementa la capacidad de autorregulación (15). Merece la pena destacar que dentro de los mecanismos que median los beneficios en la salud mental otorgados por la realización de ejercicio físico se encuentran los factores contextuales, es decir, aquellas características cualitativas en las que se enmarca su práctica, como el lugar y el momento del día en el que se realiza, la compañía o entorno social, el modo de prescribir el ejercicio, o el tipo de ejercicio físico elegido (16). Por ejemplo, parece que el ejercicio físico realizado en ambientes naturales conduce a mayores mejoras en algunas variables relacionadas con la salud mental si se compara con la ejecución del ejercicio en recintos cerrados o excesivamente urbanizados o industrializados (16). Además, las sesiones de ejercicio físico supervisadas ejercen un impacto mayor en la autonomía y en la conexión social con respecto a las sesiones de entrenamiento no supervisadas, especialmente en personas que sufren alguna patología (16). Sea como fuere, parece que lo más sensato es adecuar de forma individualizada los factores contextuales a cada persona, con el fin de optimizar los efectos positivos del ejercicio físico en la salud mental (16).
No solo el ejercicio físico moderado realizado regularmente, sino también el deporte de alto rendimiento o de élite, se relaciona con un menor riesgo de muerte por las principales enfermedades no transmisibles, como son las enfermedades cardiovasculares y el cáncer (17). Tal es así que los deportistas de élite viven, de media, alrededor de 5 años más que la población general (18). Si bien es cierto que los atletas de alto rendimiento sufren trastornos de la salud mental (por ejemplo, síntomas depresivos) de manera similar a la población general (19), los deportistas podrían tener también un menor riesgo de mortalidad por enfermedad mental. Si deseas saber más al respecto, te recomendamos encarecidamente leer este interesante artículo de Javi en Fissac.
¿Cómo se ha visto afectada la salud mental de los deportistas durante el confinamiento?
La crisis sanitaria detonada por la pandemia de COVID-19 ha sido una de las más graves desde la gripe española (20). Con el fin de frenar y contener la pandemia, múltiples países en todo el mundo impusieron restricciones significativas orientadas a limitar el contacto social en un contexto donde la ocupación de los hospitales era máxima y el vacío de las calles era silenciosamente ensordecedor. De forma paralela a la pandemia, los estresores ambientales juegan un rol etiológico fundamental en diferentes trastornos mentales, como la depresión, el trastorno de ansiedad generalizada o el trastorno por uso de alcohol (3). Sin embargo, es probable que la situación disruptiva e impredecible de la crisis sanitaria produjera un aumento, al menos temporal, del distrés psicológico en numerosas personas (3). Aunque los resultados no son uniformes, varios estudios a gran escala han reportado que durante los primeros meses de la pandemia por COVID-19 hubo un incremento significativo en el número de problemas de salud mental (21).
Por su parte, el confinamiento supuso para los deportistas de todo el mundo la suspensión temporal o la cancelación de prácticamente todos los eventos deportivos, y con ello, la interrupción del calendario competitivo, la pérdida del salario y la incertidumbre con respecto a la carrera deportiva, entre otras consecuencias, lo cual ha afectado de forma profundamente negativa a su salud mental (22). En este contexto, se preveían cuadros reactivos de estrés, ansiedad, trastornos de la conducta alimentaria o trastornos del sueño, además del temor a perder patrocinios y becas, especialmente en aquellos deportistas profesionales cuyo salario alcanzaba apenas para costear su modesto nivel de vida (23). Los periodos de inactividad, el aislamiento de los equipos, la distancia a la comunidad deportiva, las interacciones más superficiales con los entrenadores y los compañeros de equipo, y la práctica ausencia de apoyo social (aficionados, medios de comunicación, organizaciones deportivas, etc.) parecen haber causado distrés emocional y trastornos psicológicos en algunos deportistas (24,25). Curiosamente, las mujeres parecen presentar mayores respuestas de estrés, neuroticismo, fatiga, ansiedad e inflexibilidad psicológica durante periodos prolongados de inactividad física – como ocurrió de forma generalizada durante el confinamiento – en comparación con los hombres, pese a no haber diferencias entre sexos en las condiciones de entrenamiento en casa ni las interacciones con los entrenadores (26–29). No obstante, los hombres presentaron más riesgo de sufrir trastorno por atracón, y mayores tasas de ideación suicida, en comparación a las mujeres durante este periodo de tiempo (22).
Si bien es cierto que la mayoría de los estudios encontrados en la literatura científica se centran en estudiar el impacto negativo del confinamiento en la salud mental de los deportistas, otros se han volcado en efectos más positivos. El anuncio de que los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 se pospondrían oficialmente trajo una sensación de alivio a algunos atletas olímpicos (22). Para aquellos que estaban lesionados o que aún no se habían clasificado para los Juegos de 2020, el tiempo extra se concibió como una oportunidad para descansar, recuperarse y mejorar el rendimiento (22). Para otros, el aplazamiento ofreció un final agradable a la “angustiosa incertidumbre y especulación sobre los eventos programados” (22). Además, la pandemia de COVID-19 permitió a muchos atletas jóvenes reconectar con sus familias, tanto para adaptarse a la vida en esta situación como para encontrar la motivación para mantenerse en forma (30). El período forzado fuera del calendario competitivo alentó a algunos atletas a “recalibrarse hacia una conexión más profunda y significativa con los deportes, al recordar nuevamente la profunda sensación de disfrute y diversión que experimentaron por primera vez al participar” (30).
Ejercicio físico durante el confinamiento ¿Un factor de riesgo, o protector, a nivel psicológico?
De forma global, los deportistas reportaron una peor salud mental durante el confinamiento, aunque estos efectos parecen haber sido atenuados gracias a la ejecución de programas de entrenamiento en casa. De hecho, algunos autores identificaron que algunos deportistas mostraron características de adaptación, más que de deterioración, con el paso del tiempo (22). En un escenario de constante cambio, los deportistas y el personal deportivo alardearon de creatividad e ingenio con el fin de continuar, en la medida de lo posible, con los entrenamientos. En un reciente estudio, los deportistas adolescentes presentaron deterioros significativos en la salud mental, la calidad de vida y la actividad física en la primavera de 2020 cuando se cancelaron los deportes (31). En 2021, después de regresar al deporte, los deportistas mejoraron de forma significativa la salud mental, la calidad de vida y la actividad física, incluso ajustando por variables confusoras como la edad, el sexo o el estado socioeconómico, por lo que se deduce que la participación deportiva y la realización de ejercicio físico pueden ejercer efectos psicosociales positivos (31). En otro estudio realizado en una muestra de 251 remeros españoles que competían a nivel nacional e internacional, se describió que gran parte de ellos reconoció que el contacto frecuente con los entrenadores, la monitorización de la carga de entrenamiento mediante tecnologías como el GPS, el seguimiento online de la forma física o las actividades distractoras – como escuchar música, pasar tiempo en las redes sociales y, en especial, el entrenamiento diario – les facilitaba controlar estados no placenteros (32). Tal es así que se encontró que el entrenamiento moderaba las sensaciones negativas, de manera que los atletas que entrenaban más horas obtenían menores puntuaciones en cólera, ansiedad, tensión o enfado, lo que demuestra el potencial rol del ejercicio físico en la mejora de la salud mental durante y tras el periodo de confinamiento (32). En suma, parece que los deportistas (al menos, de alto nivel) han podido organizar bien sus entrenamientos, dentro de las limitaciones inherentes a la práctica de ejercicio físico en casa, gracias a su disciplina y el deseo de estar preparados para las siguientes competiciones, lo cual ha supuesto un factor protector frente a la aparición y desarrollo de diferentes trastornos mentales (32).
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¿Qué lecciones hemos aprendido durante la pandemia sobre salud mental y deporte?
En última instancia, no solo quiero recordar los millones de personas que han muerto por COVID-19 en todo el mundo, sino también la angustia experimentada durante este impredecible período histórico, con sistemas de atención sanitaria sobrecargados, cierres de pabellones deportivos y de escuelas, y entornos laborales cambiantes. En un mundo cada vez más globalizado, la conectividad nos pone en riesgo de futuras pandemias. Por tanto, y con el fin de prevenir y abordar de forma adecuada situaciones similares en el futuro, ¿qué podemos aprender de los tres últimos años sobre la pandemia de COVID-19 en el ámbito de la salud mental y el deporte?
La pandemia de COVID-19 ha demostrado que nuestra población parece bastante resistente y con capacidad de adaptación a estos escenarios (3). Sin embargo, incluso si la sociedad en su conjunto puede recuperarse, hay un gran grupo de personas cuya salud mental se ha visto y se verá afectada de manera desproporcionada por esta y futuras crisis. Se necesita transmitir el mensaje de que la salud mental es tan importante como la salud física y que debemos centrar la atención específica y las intervenciones tempranas en las personas con mayor riesgo. Esto incluye a las personas vulnerables por factores como el bajo nivel socioeconómico, o la alta exposición a cambios relacionados con la pandemia (3).
Aún desconocemos algunos efectos a largo plazo de este periodo de tiempo en la salud mental de los deportistas. Por ejemplo, aunque los niveles reportados de actividad física han vuelto a los niveles previos a la pandemia, los niveles de depresión y calidad de vida siguen siendo peores que los valores informados anteriormente, al menos entre los adolescentes, antes de la pandemia de COVID-19 (31). Esto sugiere que, si bien la participación en el deporte puede tener un impacto significativo y beneficioso en los resultados psicosociales, los impactos de la pandemia de COVID-19 en la salud mental y el bienestar de los atletas jóvenes seguirán siendo una consideración importante en el futuro que necesitará ser investigada (31). Son necesarios más estudios que investiguen el potencial impacto psicológico del confinamiento en la población general y deportista, con el fin de mejorar los mecanismos de prevención y actuación frente a crisis sanitarias como la acontecida por la pandemia de COVID-19.
- La actividad y el ejercicio físico son intervenciones preventivas y terapéuticas eficaces frente a diferentes trastornos mentales.
- El deporte amateur o de élite se relaciona con un menor riesgo de muerte por trastornos mentales.
- El ejercicio ha actuado como un factor protector frente a la aparición y desarrollo de diferentes trastornos mentales durante y tras el confinamiento.
- La salud mental está recibiendo cada vez más atención por parte de las comunidades médica y científica.
- Es de vital importancia recordar las lecciones aprendidas con la crisis del COVID-19 para actuar de forma eficaz frente a situaciones futuras similares.
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