La mayor parte de los genes presentes en nuestro organismo (~90%) no son humanos, sino que pertenecen a organismos, en su mayoría bacterias, que se encuentran en el intestino, conformando lo que se denomina como microbiota. Estas bacterias, en simbiosis con nuestras células, regulan funciones fundamentales que preservan nuestra salud. Más allá de la digestión de alimentos, la microbiota también promueve mecanismos de defensa y regula procesos de crecimiento tisular y de producción de vitaminas y ácidos biliares, estando su salud muy relacionada con la del sistema nervioso.
La comunicación bidireccional entre el intestino y el cerebro hace que la microbiota desempeñe un papel muy activo en los procesos relacionados con la fisiología neural. Mediante la producción de hormonas (ej. cortisol), ácidos biliares, neurotransmisores (serotoninca, GABA) y moduladores del sistema inmunitario (ej. ácido quinolínico) [1], la microbiota regula respuestas neurales e inmunitarias, pudiendo influir incluso en la permeabilidad de la barrera hematoencefálica [2]. Por ello, enfermedades como el Parkinson, el Alzheimer o la depresión se asocian con una alteración de la relación microbiota-huésped, estado conocido como disbiosis. De la misma manera, el estrés puede afectar a la composición de la flora intestinal mediante la liberación de hormonas que influyen en la fisiología intestinal, alterando el equilibrio bacteriano [3].
Así pues, la comunicación con el ambiente determina la relación de la microbiota con nuestro organismo. En consecuencia, el estilo de vida, la nutrición o el uso de antibióticos pueden influir en la simbiosis de las bacterias con nuestras células. De esta manera, enfermedades como el cáncer, la diabetes tipo II o la obesidad presentan una disbiosis con un incremento de patobiontes, bacterias que en un determinado ambiente se expanden y ejercen efectos patogénicos sobre el huésped.
En esta línea, un estudio publicado este año en Nature Medicine por el grupo del Dr. Carlos Lopez Otín [4] ha demostrado que existe una alteración de la microbiota intestinal tanto en ratones como en niños con progeria (enfermedad caracterizada por un envejecimiento prematuro). Además, analizaron a un grupo de centenarios y vieron cómo a pesar de que tenían una menor diversidad en la microbiota propia de la edad, presentaban valores altos de Verrucomicrobia, la cual se ha relacionado con una mejor regulación inmunitaria y homeostasis metabólica. En cambio, este tipo de bacteria estaba disminuida en niños y ratones con progeria. Así, personas que han llegado a los cien años tienen niveles elevados de Verrucomicrobia y personas con envejecimiento prematuro niveles bajos.

Este junio ☀️ + Ciencia x Menos
Suscríbete a Fissac+ con un 25% de descuento extra para siempre.
Hazte soci@ de Fissac y aprende con rigor científico con los audio-artículos, Fissac Academy y Fissac Magazine
Ahorra un 25%
Viendo que el perfil microbacteriano varía en función de la salud y de la edad, los investigadores estudiaron los efectos del trasplante fecal de microbiota de donantes sanos a ratones con progeria. Los resultados demostraron que el trasplante aumentó la supervivencia alrededor de un 13% y atenuó el fenotipo de envejecimiento acelerado.

Estos resultados muestran que preservar la salud de nuestras bacterias es fundamental para mantener la nuestra. Durante muchos años se ha obviado la importancia que tiene nuestro intestino, pero muchos investigadores se refieren a él incluso como un segundo cerebro. Para mantenerlo saludable, el ejercicio, la dieta y una vida alejada del estrés se convierten en pilares fundamentales sobre los que construir una relación fructífera con nuestras inquilinas.
Referencias:
[1] M. Valles-Colomer et al., “The neuroactive potential of the human gut microbiota in quality of life and depression,” Nat. Microbiol., vol. 4, no. 4, pp. 623–632, 2019.
[2] V. Braniste et al., “The gut microbiota influences blood-brain barrier permeability in mice,” Sci. Transl. Med., vol. 6, no. 263, pp. 263ra158 LP-263ra158, Nov. 2014.
[3] Y. E. Borre, R. D. Moloney, G. Clarke, T. G. Dinan, and J. F. Cryan, “The impact of microbiota on brain and behavior: mechanisms & therapeutic potential.,” Adv. Exp. Med. Biol., vol. 817, pp. 373–403, 2014.
[4] C. Bárcena et al., “Healthspan and lifespan extension by fecal microbiota transplantation into progeroid mice,” Nat. Med., vol. 25, no. 8, pp. 1234–1242, 2019.